sábado, 18 de agosto de 2007


cero a la izquierda (paco vidarte/ ricardo llamas)
2007:07:17 19:13:37 GMT 2
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amaiur

Un abismo infranqueable parece separarnos a bolleras, maricas e incluso algunos gais ("ello" para la izquierda) de la virilidad de la revolución socialista que, martillo en mano, no cesa de desalojarnos de su espacio político, condenando nuestra militancia a un inevitable vacío ideológico, cuando no a la frivolidad burguesa de un número de revista. Digamos al fin que las plumas que transcriben nuestras ideas son de la misma pájara que las que adornan los penachos de esas vedettes que jamás salieron en las páginas de "Comunista Soy". Desde "ello", la izquierda aún puede ser recuperable en una coreografía divina en la que hoces y martillos, puños y estrellas ya no desplumen al pájaro loco secularmente marginado, y aún oprimido, por un cierto modelo de proceso revolucionario. Resulta difícil comprender por qué habríamos de plegarnos a estas estrategias de lucha y simbología homofóbicas en las que se contrapone con tanta facilidad como estulticia el amaneramiento del maricón burgués frente a la rígida estructura anatómica del proletariado heterosexual.


Ser marica es hacer izquierda, aunque le cueste aceptarlo al guerrillero grunge de Sierra Maestra (que por macho y revolucionario no puede ser maricón) o al tiburón homosexual de Wall Street (que por adinerado y burgués se entrega al capital cuando no al fascio), o al Subsecretario gai de cualquier Diputación (que privatiza su vida hasta dejarla vacía de todo contenido político o social o cultural o exhibicionista o paidófilo…)


Es así que las maricas no podemos ignorar a "la izquierda" como ésta ha hecho con nosotras. Si hemos de resolver quién es o dónde está la izquierda, recurriremos, si falta hiciere, a un concurso de cocina o a un cursillo de claqué donde se evidencie el potencial de nuestras aspiraciones políticas y libidinales. Sería ésta la última de una larga lista de concesiones que cualquier lógica empieza a exigir que acabe. Aún no se han percatado, pero no porque demos pocos saltos o porque nuestros pasos no sean gráciles, sino porque esa izquierda ("la" izquierda) no sabe mirar más allá de sus incuestionados ombligos, carentes incluso de un piercing que los realce mínimamente. Mao es más Narciso que Ganimedes y, en su sobriedad, tiene menos gracia y es más peligroso. No es posible seguir trayectorias distintas ni opuestas, pero tampoco acudiremos a su campo ni usaremos sus armas. Mao y Ganimedes de la mano camino del registro, flanqueadas por masas irreverentes que arrojan sobre sus cabezas las Rainbow flags y la parafernalia revolucionaria.


Desde siempre, el movimiento de gais y lesbianas ha llamado a las puertas de esa izquierda que miraba a otro lado o, a lo sumo, mantenía un silencio culpable por inacción, consentimiento, reproducción o fortalecimiento de un orden de opresión. Pero la nuestra no sería una estrategia subversiva si no invirtiera (además) este argumento. Todo proyecto (no-bollo, no-marica) que se pretenda de liberación no puede hacerse cómplice del heterosexismo dominante; ya no quedan excusas para "ello"; ha de abrirse de orejas, dejar de pasar por la simbología de las armas la disidencia sexual, darse un buen baño de Avena Kinesia para desprenderse de las escamas resecas y el hedor machirulo o lesbófobo, untar de lubricante los oxidados goznes de la maquinaria transformadora. El Palacio de Invierno es la sede de una multinacional, la Bastilla es un cuartel donde se disciplinan cuerpos y mentes, el Kremlin es un templo heterosexual.


Reeditemos, por última vez, ese breve recorrido a vista de pájara por el baúl de los recuerdos de la mitología "real" de la izquierda para revivir, antes de encerrarlos en la memoria colectiva (en la memoria de todas) no los modelitos románticos de las batallas ganadas, sino los trapos sucios de la homofobia de esa izquierda. El primer movimiento de reforma sexual de finales del siglo XIX se reclamaba de una izquierda moderada y abanderaba la idea de reforma. Fue precisamente la socialdemocracia la que prestó más atención a quienes entonces aún luchaban por no ir a la cárcel o a un sanatorio psiquiátrico por haber sido sorprendidas con las manos en "ello". Y esa bienintencionada paciencia sigue siendo, un siglo después, carta de presentación de esos proyectos. Bien lejos de la celeridad transformadora del socialismo real, aunque en fin, para qué vamos a repetir el rollo de Cuba, China, Stalin, Albania, Rumanía… y todas las maldades que nos hacían, y lo que aún hay que aguantar, todo lo que, por internacionalismo y solidaridad con las hermanas oprimidas, seguimos denunciando. Y para no dejar títere con cabeza, recordemos que tampoco el panorama anarquista tiene un historial glorioso. Porque el nuevo mundo, "el hombre nuevo" de la tradición ácrata era un hetero irredento, dispuesto a apoyar la coeducación para evitar el mariconeo en sus comunas, y porque el eugenismo hacía furor en los años 20 y 30, y porque, en fin, su ética libertaria y nuestra práctica libertina aún no se acomodan en sus reflexiones.


A lo largo de muchas décadas, en el seno de esa izquierda ¿radical? hizo furor la tesis de la prioridad revolucionaria que hacía de la lucha de clases el único objetivo, quedando la liberación de la mujer y cualquier otra cuestión de índole ¿privada? relegada a un discreto segundo plano. Bolleras y maricas no eran, claro está, más que basura, una degeneración burguesa que añadir a la larga lista de elementos indeseables que era necesario erradicar. Hoy día causaría pudor a esa izquierda verse vinculada con la secta de "la hembra en casa con la pata quebrada" como principio de participación de la mujer en la vida social. Que todavía "ello" (nosotras) estemos encerradas con la pluma mojada, como Calimero, o las bolleras, como Santa Teresa, preguntándose horrorizadas si existen o no, apenas parece inquietar a la lucha libert-aria. La izquierda no legalista ni institucionalizada, ese potencial de revolución a la antigua usanza, esa madraza resignada y buena a la que le ha salido una hija rarita, bastante tiene con dejarnos hacer, con permitir "nuestra" existencia, la existencia de "ello".


Hoy día, esas izquierdas han logrado confundirse todas en una especie de estupefacción ante el desarrollo de un movimento civilizado de lesbianas y gais, que se proclama dueño democrático de un 10% de los votos y que articula su política en propuestas de cambios legales. Aquí no hay lugar para debates ideológicos, sutilezas ni matices. Palabra de homosexual subvencionado: palabra oficial de izquierda. Palabra autocontenida, palabra de contención. En este contexto legalista e institucional, los partidos hacen suyas las demandas de este movimiento sin entrar en mayores consideraciones. "Lo" que pide "ello" se adopta con la cautela de una línea de actuación para un futuro que se pierde en la utopía del Reino. Porque la sociedad aún no está preparada, porque no podemos ir tan deprisa ni pasar por delante de las democracias ya bien consolidadas porque, sencillamente, esas reivindicaciones siempre son moneda de cambio en los pactos parlamentarios de gobernabilidad. O sea, que les importamos una mierda. "Lo/ello" nunca es considerado como la justa rebeldía que exige una solución inmediata, como el ¡Basta ya! frente a una situación sangrante, porque es ésta una sangre tibia, que se lava fácilmente, sangre aguada que carece del efecto corrosivo sobre las conciencias que tiene la sangre de catedrático o de general, sangre, en una palabra, rosa. Rosa puño, rosa Triángulo, rosa Fundación para desgravar. Solo que nuestra sangre de marica, tratada hoy con antirretrovirales, se vuelve fluorescente. Y el artificio de nuestra radicalidad se vuelve auténtico potencial de subversión.


Quienes quieran ser hoy activistas o revolucionarios, de igual modo que -como el comandante Marcos- han de intentar ser un poco negros (o hacer creer que pueden serlo, o que podían haberlo sido), como única vía para que su antirracismo tenga visos de credibilidad, también han de perder ese exterminador miedo fascista a que se los considere maricones o bollos, o (peor aún) ese genocida miedo fascista a descubrirse tales. Porque si tod@s, tod*s y todos/as somos algo inmigrantes como lo era Lucrecia, todas, todas y TODAS llevamos tacones como los llevaba Sonia.



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